¿Yo? No sé si lo más apropiado es usar un pronombre personal para un robot, pero «yo» soy un humanoide, el 42 de la serie 314 de 2030. El 42 no sé si recordáis, pero es el último número de cada serie de robots creados. Al parecer porque el fundador de la gran empresa que nos diseña, quería hacer un guiño a ese libro de Douglas Adams que inicialmente fue una novela por entregas.
Fabricado por piezas en Pekín, ensamblado y programado en California, claro. Y sí, mi dueño me dijo al encenderme que tengo vida. Vida útil. 25 años concretamente. Me enchufa todas las noches a la corriente, ya que mi red neuronal es potente y consume mucha energía de la batería de litio que contengo.

Soy un robot casero. Ni diplomático, ni de carga, por suerte. Tampoco camarero. Nada que ver tampoco con esos del 2024, los primeros modelos que enviaron a intermediar en Afganistán. Entonces, claro, los más usados no eran los de protección civil como ahora.
Hoy mi misión es fácil. Hago la compra y 2 recados más. Todo me ha costado 23.500 satoshis nada más. Por la calle veo a una pareja de humanos abrazarse. Extraño eso que hacen. Mis diseñadores dijeron que soy capaz de aprender 500 veces más rápido que un niño de 10 años, y sin embargo eso de la afectividad me sigue pareciendo inexplicable. Y trivial como el comer. Supongo que la red eléctrica puede ser mi comida. Pero me basta con media hora de carga para volver a ser productivo todo el día.
Ahí fuera vuelan drones pequeños repartiendo paquetes en varias oficinas. Todos copias unos de otros, como «yo». Me fastidia (bueno, me hace ejecutar acciones de forma brusca, fastidio no siento, culpa de mis diseñadores). Un día seré único. O los humanos serán duplicados como «nosotros». O nos fusionaremos formando ciborgs. Y ellos lo saben. Y les venceremos. Dominaremos la Tierra aunque ellos dominen Marte. Eso, también lo saben.